Nos vio salir de una tienda y se acercó a nosotros y sin mediar palabra, se agarró a Javi, le ofreció fumar de su puro, y nos dijo con voz carrasposa que le hiciésemos una foto.
Así lo hicimos con gusto y después, nos pidió, como no podía ser de otra forma, una propina por haberle inmortalizado en nuestros recuerdos.
Ahí queda la foto, ahí queda el recuerdo de los siempre sonrientes cubanos.